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En origen todo era uno. La tierra emergió de entre las aguas y se mostró tal cual es: poderosa y sincera. Madre de todo lo que se ve, se oye y se siente, nos ha dado todo lo necesario para vivir y para crear. Y aunque haga millones de años de la fractura y separación de Pangea, su esencia sigue latente en cada rincón.
En el fondo todos lo sabemos, pero necesitamos de personas como Abraham Cupeiro, que nos sacan de la inercia anestesiada en el asfalto y nos recuerdan la maravilla y riqueza que nos rodea. Desde el primer momento su música nos cautiva y nos traslada a otro mundo: el real. El de la profundidad del océano, el de un despertar en Oriente y el de la danza africana. Abraham Cupeiro nos hace ver con los oídos y nos sentimos un águila planeando sobre las llanuras de Norteamérica, observando los quehaceres de sus gentes en la inmensidad del terreno.
Su música es la creada por pastores hace miles de años y aún funciona porque está viva. Técnica e improvisación salen de instrumentos ancestrales, muchos construidos con sus propias manos, y dialogan con nuestros instrumentos modernos recordándonos que podemos tocar con cualquier cosa, como se hacía antaño.
Trompetista especializado en música antigua, se observa su formación como percusionista en las ricas polirritmias y el carácter efectista de su música, pero también plasma a la perfección la esencia de los instrumentos de viento, donde el alma aparece a través del aire.
Pangea es un espectáculo que hace honor a su nombre, es amplio, rico y profundo. Seduce al espectador desde el primer segundo porque Cupeiro hilvana el paisaje, pero es nuestra imaginación quien pone el pespunte. Apela a nuestro niño interior. A la diversión, al asombro, a la ilusión y a su capacidad de emocionarse, ya que, como él mismo dice, el ser humano sin emoción no existe.
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Autora: María Cuadriello[/vc_column_text][/vc_column][vc_column][/vc_column][/vc_row]
